El Día de la Independencia narra tres días en la vida de Bascombe, un hombre entre los 40 y los 50, divorciado, reconvertido en agente inmobiliario tras varios años de trabajar como periodista deportivo y con dos hijos que viven con su ex en otra ciudad. Los días de que nos hablará Ford corresponden al puente festivo del 4 de julio, que Bascombe quiere dedicar a su problemático hijo mayor y también a arreglar algunos asuntos laborales y sentimentales pendientes. Es, para él, un fin de semana más, con todas las rutinas y obligaciones que impone el día a día. Y el lector pronto descubre, pese a un resumen de contraportada un tanto engañoso, que la esencia del libro no es lo que ocurrirá ese fin de semana, con el tema central de la relación con su hijo adolescente, sino el momento vital de Bascombe, diseccionado al detalle por Ford acotándolo en tres jornadas que podrían haber sido éstas u otras.
Ford nos relata al milímetro la vida de su protagonista, desde sus llamadas por teléfono a sus innumerables viajes en coche. Tras sus paseos, sus decisiones, sus conversaciones con su novia o con su ex, late una soledad intensa, que parece dolerle al lector más que a su personaje, a quien vemos pasar la noche en un motel de camino a casa de sus hijos, escuchando a distancia sus mensajes en el contestador, observando a los turistas a su alrededor, reflexionando, una y otra vez, sobre sí mismo y su entorno, pero analizándolo todo de una forma distanciada y fría. Bascombe está retratado por Ford en un momento vital oscuro. El de alguien que perdió hace años a su familia y ha perdido, por voluntad propia, su profesión, y está a la espera de que ocurra algo para ponerse en marcha otra vez. El propio Bascombe le pone nombre a este momento de su vida, Periodo de Existencia. Una especie de hibernación voluntaria, en la que dice procurar ayudar a otros (desde su oficio de vendedor de casas o invirtiendo en un ruinoso puesto de salchichas) pero se mantiene a sí mismo a distancia del resto, ocupado sólo en dejar que pase el tiempo de la manera más apacible posible.
Richard Ford | Foto: Anagrama
Hay momentos en los que sí pasa algo durante esos tres días. Conversaciones más intensas de lo previsto con su novia. Y momentos de pánico ante el solo pensamiento de la muerte. La detalladísima recreación de Bascombe a través de las largas y reflexivas frases de Ford da para que vivamos con él esos momentos íntimos, y todos los demás: instantes de enfado por asuntos laborales, inquietud por un hijo al que intenta comprender, angustia por no ser el padre que le gustaría... Y la obra, que aparece resumida como la narración de un viaje padre-hijo, se desvela como lo que es: una novela existencial en la que la acción apenas importa nada más allá de ser el eje por el que discurren los pensamientos del protagonista.
Ford escribe muy bien, y su objetivo se cumple sobradamente. Es una novela sobre la crisis de los 50, sobre el vacío que a veces nos rodea sin que podamos hacer nada. Y sobre la independencia, vital y emocional, que tan difícil es de conseguir. Pero puede que al lector le ocurra que no termine de empatizar con quien es el protagonista absoluto de la obra y que, por ello, la novela se haga más difícil de lo que ya es. Leyéndola, da la sensación de que es un libro encerrado en sí mismo, un ejercicio de estilo brillante pero al que le falta un gancho, una conexión con quien está detrás. Yo no lo terminé de encontrar.
Ratita presumida
No hay comentarios:
Publicar un comentario