domingo, 19 de febrero de 2017

Tantos días felices, de Laurie Colwin

Tantos días felices es un libro que hace sonreír (y a veces, también reír) casi todo el tiempo. En tiempos de series sobre millenials perdidas en su camino a la madurez, el libro de Laurie Colwin que Libros del Asteroide rescató hace unos años en España es algo parecido, pero en mucho mejor, en el Nueva York de los años setenta. Cuenta el día a día de un grupo de amigos que están literalmente en lo mejor de la vida: han acabado los estudios, están conociendo a gente, empiezan a disfrutar de sus trabajos y su independencia y aún pueden elegir qué rumbo tomar mientras dan sus primeros pasos en la vida adulta. La novedad respecto a otras novelas con un tema parecido es que ellos no viven en una angustia constante, sino que son plenamente conscientes de que viven un presente privilegiado. Y los ratos en que lo olvidan y sufren, siempre hay otro personaje que los despierta.

Los protagonistas de Tantos días felices son Guido y Vincent: se conocen desde niños y pasan juntos sus años universitarios aunque elijan distintas profesiones. Colwin arranca el relato en el momento en que Guido conoce a Holly, una chica muy rara de la que se enamora locamente. Vincent será su confidente y luego será Guido quien actúe de consejero cuando años más adelante ambos se establezcan en Nueva York y aparezca la desconcertante Misty.

Colwin traza una especie de novela de costumbres centrada en los cuatro personajes, en la relación de Guido primero y en la de Vincent después. Guido y Vincent parecen, en comparación, bastante más simples que sus parejas, aunque Holly y Misty sean, en realidad, aún más extrañas de lo que marcan los estereotipos. Eso es lo que enriquece la novela y la hace tan atractiva: las rarezas de las personajes hacen parecer fascinantes las vidas de uno y otro, aunque en lo básico sean tan similares a la de cualquier pareja. Y pese a que los días se acaben pareciendo unos a otros -en algún momento, Colwin dice que el matrimonio es fregar los platos, hacer la colada e ir todos los días a trabajar-, los diálogos, llenos de ingenio, y las pequeñas crisis sin demasiada importancia hacen que la novela avance y la monotonía, en lugar de convertirse en un lastre, sea un elemento más y en ocasiones algo casi esencial para la felicidad de los protagonistas.

Laurie Colwin | Libros del Asteroide

La autora describe momentos de los que pocas veces se habla para bien: las tareas domésticas, las reformas en casa... Ella parece ensalzarlos y de hecho alguno de los personajes lo hace. Entre tanto, surgen multitud de personajes secundarios -familiares y compañeros de los cuatro-, cuyas locuras animan los días de los protagonistas.

Lo mejor de la obra es cómo Colwin explica qué une a los cuatro a través de las conversaciones entre los dos amigos, cada pareja, y las dos mujeres. Por qué se entienden y qué les lleva a compartir unos con otros ese día a día tan igual pero tan bello gracias precisamente a que están juntos, en su casa, en cenas de celebración, en breves encuentros en la oficina. Son felices ahí y ahora y terminan el libro sabiendo que lo son, lo merezcan o no, o sea la vida distinta a como les habían contado. Colwin parece decirnos, todo el tiempo, que también nosotros tenemos derecho a serlo y a no avergonzarnos de ello.

Ratita presumida

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