El teatro no hay que
leerlo, sino verlo representado. Y eso hice yo con Chéjov y su
Jardín de los cerezos: verlo en el National Theater. El problema es
que la versión tenía ciertos toques modernos que no terminé de
entender (había militares con metralletas en el reparto) así que,
por recomendación de una de las amigas con las que fui a verlo,
decidí leerlo. Y aunque cierto atrezzo era inventado y, para mí,
sobraba, muchas de las situaciones eran tal y como Chéjov las
quería... porque los últimos nobles de Rusia rozaban el ridículo
ignorando la realidad de su nueva pobreza.
Chéjov escribió El
jardín de los cerezos en 1904, poco antes de morir de tuberculosis.
Chéjov era médico, y al principio escribía sólo para aumentar sus
ingresos. Con el tiempo mejoró su técnica, hasta convertirse en uno
de los escritores más importantes de cuentos cortos de la literatura
universal. Sus obras teatrales, cuatro en total, también son muy
conocidas, aunque algunas en el momento de su estreno no gustaron
nada. Chéjov retrata en sus obras caracteres típicos de la época
zarista, y a través de sus textos conocemos a los mujiks y a los
aristócratas de la época que, en la obra que nos ocupa, llegan a
intercambiar sus papeles.
Wikipedia |
Liubov y su hija vuelven
a la casa familiar tras una estancia en París de varios años. La
hacienda está a punto de ser subastada, pero los aristócratas no
escuchan al amigo de la familia cuando les recomienda parcelar el
terreno y venderlo para construir casas de verano. Eso significaría
talar los cerezos, el jardín símbolo de la riqueza y el prestigio
de la familia, y un romanticismo mal entendido les impide reaccionar.
Los tiempos han cambiado y los siervos ya no lo son, como nos cuenta
Firs, el empleado anciano que será fiel a la familia para siempre.
Ahora los hijos de esos siervos tienen dinero, mientras que la
aristocracia tradicional se ha empobrecido.
Esta obra es una clara
crítica a la sociedad rusa del momento. Por supuesto a la
aristocracia, pero también a los mujiks, a los que no quisieron
dejar a sus amos y a los que sí lo hicieron y los olvidaron. También
a un país inmovilista, donde, según Chéjov, cuesta tanto trabajar.
Todos quieren vivir de rentas y de créditos, y son pocos los que
luchan por la prosperidad del país.
Chéjov me ha parecido
muy moderno. Siempre que veo teatro en alemán me creo que algo me he
perdido por culpa del idioma, pero en este caso no es así. Chéjov
deja flecos abiertos, y no nos explica bien las relaciones entre los
personajes. Hay escenas un poco surrealistas, como aquellas en las
que se habla en alemán (en el original, ruso en la versión alemana)
y en las que se baila como si no importara el porvenir. Y es que esos
flecos abiertos son secundarios comparando con lo que el autor nos
quiere contar, y es como si Chéjov no perdiera tiempo en ello. Para
que nosotros lo inventemos o lo imaginemos, porque no va a darnos
todo hecho.
Aunque las metralletas de
la versión que vi en el teatro no me pegaron mucho, volveré a ver
(o a leer) a Chéjov. Probablemente con alguno de sus cuentos sobre
mi querida Rusia. No sé si soy yo (es mi debilidad), pero la
literatura rusa casi siempre va en mayúsculas, y suele ser apuesta
segura.
Ratita de laboratorio
¡Estamos en Twitter! Síguenos aquí: @ratasbiblioteca
No hay comentarios:
Publicar un comentario