Cuando escribí aquí de
Guerra y paz, dije que era un libro en el que cabía todo: todos los hombres, todos los sentimientos... casi, casi, todas las vidas posibles. Con
Ana Karenina pasa lo mismo. Está lo cotidiano, lo bello, lo pequeño; también está la locura, la pasión, la tristeza más honda... Como el otro gran libro de Tolstoi, es una especie de 'enciclopedia' de lo humano. Está, por supuesto, la historia conmovedora e intensísima de Ana Karenina. Pero también la filosofía que por entonces movía al autor, sus reflexiones sobre la vida rural en Rusia, un retrato de lo peor de la sociedad burguesa, teorías económicas y políticas... Tantas páginas y tantos temas dan para hacer muchísimos análisis. Yo me quedo con uno: el amor, según Tolstoi.
El punto de partida de Ana Karenina tiene muchos paralelismos con otras obras de personajes femeninos del siglo XIX: es una mujer que aparentemente lo tiene todo -éxito social, dinero, belleza- pero que es íntimamente infeliz. Buena parte de la culpa la tiene un matrimonio que no funciona ya o que, más bien, nunca lo hizo. Y de una unión forjada por las conveniencias sociales surgirá otra unión nacida de la
pura atracción física. La respetada y también envididada Karenina se convertirá, por amor, en una mujer adúltera, despreciada; obligada a renunciar a esa vida en la que antes era la reina.
El amor, o la falta de él, también está en el centro de la vida de la decena de personajes que comparten protagonismo con Ana a lo largo de las mil páginas de novela. Cada uno lo siente de un modo distinto y eso determina, de una manera u otra, sus actos. Vronsky, el amante de Ana, no la quiere de la misma forma. El amor de Ana es
absoluto y, sobre todo, dependiente. El de Vronsky, que no ha perdido tanto como ella al comenzar su aventura, tiene más matices y necesita de más cosas -libertad, reconocimiento social y, sobre todo, una familia- para seguir vivo. Doria, la cuñada de Ana, no concibe el amor por su pareja sin relacionarlo con el amor a sus hijos. Oblonsky, su marido, ama a su mujer en la medida que le permite actuar fuera como si no la tuviera. Kitty, la rival de Karenina, renuncia al amor pasional por otro que le traiga estabilidad. Levin, el otro gran protagonista de la obra, tiene en el amor su mayor aspiración, una especie de culmen a su necesidad de realizarse. Cuando llegue será, como casi todo, distinto a lo imaginado.
Los personajes de Tolstoi son seres casi vivos. Su forma de contarlos permite al lector prácticamente sentir con ellos. Sentir, por ejemplo, cómo viven el amor y sus consecuencias: los celos sin que haya una razón detrás, las obsesiones, el miedo a perder al otro, el vértigo de amar de verdad... Hay
sentimientos plenos y momentos mágicos, que van desde la absoluta desesperación a instantes de felicidad que casi, casi se pueden tocar. Pero la mayor riqueza de Tolstoi está en esa descripción de los sentimientos que nos llenan cada día y que apenas podemos comprender y, aun menos, describir. Él sí sabe hacerlo y lo muestra a cada página: la desazón por una visita inesperada, los enfados que nacen de la nada, el malestar que a veces, sin saber por qué, nos puede hacer sentir la persona que más amamos. Leer a Tolstoi, en este y en otros libros, es reconocerse incluso en aquellas facetas de nosotros mismos que no nos habíamos parado a analizar.
Esa capacidad de Tolstoi es lo que más me gusta de un libro abierto, como buen clásico, a infinitas lecturas distintas. Porque
Ana Karenina también es una crítica durísima a la sociedad de su época, contrapuesta a otra vida posible, más real y alejada de las apariencias. Y una reflexión profunda sobre su país, sobre religión, sobre los motivos que tenemos cada uno para ser como somos... y sobre
lo que nos hace querer seguir viviendo, y lo que no.
Ratita presumida
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