jueves, 5 de junio de 2014

En busca del tiempo perdido (I): Por el camino de Swann, de Marcel Proust


Hace tiempo que, hablando de mi blog a la orilla del río una tarde de verano, unos amigos me hablaron de Proust y me dijeron que tenía una laguna importante en cuestiones literarias si aún no le conocía. Así que lo apunté en mi lista de pendientes pero a largo plazo, porque su principal novela es una heptalogía que, primero, tenía que pensar en cómo conseguir. Y un tiempo después comencé su lectura, que pienso continuar, intercalando otras obras para no escribir muchos posts seguidos sobre el mismo tema. Os adelanto que el libro (al menos el primero) no es tan aburrido como algunos os puedan contar.


Marcel Proust murió sin terminar su obra cumbre (y casi única), En busca del tiempo perdido, cuya publicación póstuma llevó a cabo su hermano a raíz de sus notas. Frágil de salud, Proust pasó muchos años entregado a la escritura de este libro, casi sin salir de casa y sin trabajar, pues por su posición acomodada no lo necesitaba. El tiempo, su relación con la memoria, los sentimientos y el arte son sus principales preocupaciones, que plasma en, al menos, su libro Por el camino de Swann.

En Por el camino de Swann el autor relata sus recuerdos. Dividido en tres partes, nos habla de Combray, donde acude Proust todos los años a veranear y donde conoce a Swann. En las primeras páginas el escritor nos describe qué siente al despertarse: cómo su mente, por unos momentos desorientada, tarda en comprender dónde se encuentra. Eso le permite durante unos segundos trasladarse a otros lugares adonde su memoria, confundida, le lleva por error (como por ejemplo, a su antigua habitación de Combray).

Ante este comienzo, puede parecer que el libro es aburrido (estoy segura de que muchos no leerán más allá), pero estas páginas sólo nos avisan de lo que vendrá que es, al fin y al cabo, la enumeración de los recuerdos de la infancia de Proust, posible gracias a la capacidad de la mente de evocar desde el presente el pasado al escuchar, por ejemplo, una canción. Las escenas más sencillas dan lugar a las reflexiones sobre el tiempo más profundas, a raíz del recuerdo de unas flores, un paseo o un aroma especial. Una vez conocemos el ambiente familiar del autor (y su relación, un tanto enfermiza, con su madre), nos presenta a Swann. Con él conocemos a la clase alta (y la baja) parisina, sus fiestas y sus conciertos, su posición ante el arte y sus conversaciones. Proust reflexiona también sobre los libros, a través de los cuales se vive más intensamente, sobre algunos cuadros, que pueden hacer posible un enamoramiento, y sobre la música, que puede evocar para siempre una relación (o una idea sobre ella).

En la segunda parte del libro conocemos a Odette, de la que Swann se enamora. Para Proust no es tan importante la relación de amor entre Swann y Odette, marcada por los celos, sino la descripción detallada de los motivos de este amor, los lazos que los unen, todo lo que pasa por la cabeza de Swann para que podamos entender por qué sigue adelante con su pareja. Proust relaciona el arte con el amor, un aroma con un paisaje, unas flores con una mujer, de forma que nos mueve continuamente, no por la realidad sino por el recuerdo de una realidad y la subjetividad con que ésta se vive (y se recuerda).

Dicen que con Proust hay que atreverse sólo si se tiene mucho tiempo, pero que hay que intentarlo, al menos, una vez en la vida. Yo creo que es de esos libros de los que se puede sacar mucho, no en una primera lectura sino en sucesivas, y que hay que leerlo despacio. Con la primera parte adivino a acertar la importancia de su obra, así que es seguro que os hablaré de las muchachas en flor.

Ratita de laboratorio


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