Hace tiempo que, hablando
de mi blog a la orilla del río una tarde de verano, unos amigos me
hablaron de Proust y me dijeron que tenía una laguna importante en
cuestiones literarias si aún no le conocía. Así que lo apunté en
mi lista de pendientes pero a largo plazo, porque su principal novela es una
heptalogía que, primero, tenía que pensar en cómo conseguir. Y un
tiempo después comencé su lectura, que pienso continuar,
intercalando otras obras para no escribir muchos posts seguidos sobre
el mismo tema. Os adelanto que el libro (al menos el primero) no es
tan aburrido como algunos os puedan contar.
Marcel Proust murió sin
terminar su obra cumbre (y casi única), En busca del tiempo
perdido, cuya publicación póstuma llevó a cabo su hermano a
raíz de sus notas. Frágil de salud, Proust pasó muchos años
entregado a la escritura de este libro, casi sin salir de casa y sin
trabajar, pues por su posición acomodada no lo necesitaba. El
tiempo, su relación con la memoria, los sentimientos y el arte son
sus principales preocupaciones, que plasma en, al menos, su libro Por
el camino de Swann.
En Por el camino de
Swann el autor relata sus recuerdos.
Dividido en tres partes, nos habla de Combray, donde acude Proust
todos los años a veranear y donde conoce a Swann. En
las primeras páginas el escritor nos describe qué siente al despertarse: cómo
su mente, por unos momentos desorientada, tarda en comprender dónde
se encuentra. Eso le permite durante unos segundos trasladarse a
otros lugares adonde su memoria, confundida, le lleva por error (como
por ejemplo, a su antigua habitación de Combray).
Ante este comienzo, puede
parecer que el libro es aburrido (estoy segura de que muchos no
leerán más allá), pero estas páginas sólo nos avisan de lo que
vendrá que es, al fin y al cabo, la enumeración de los recuerdos de
la infancia de Proust, posible gracias a la capacidad de la mente de
evocar desde el presente el pasado al escuchar, por ejemplo, una
canción. Las escenas más sencillas dan lugar a las reflexiones
sobre el tiempo más profundas, a raíz del recuerdo de unas flores,
un paseo o un aroma especial. Una vez conocemos el ambiente familiar
del autor (y su relación, un tanto enfermiza, con su madre), nos
presenta a Swann. Con él conocemos a la clase alta (y la baja)
parisina, sus fiestas y sus conciertos, su posición ante el arte y
sus conversaciones. Proust reflexiona también sobre los libros, a
través de los cuales se vive más intensamente, sobre algunos
cuadros, que pueden hacer posible un enamoramiento, y sobre la
música, que puede evocar para siempre una relación (o una idea
sobre ella).
En la segunda parte del
libro conocemos a Odette, de la que Swann se enamora. Para Proust no
es tan importante la relación de amor entre Swann y Odette, marcada
por los celos, sino la descripción detallada de los motivos de este
amor, los lazos que los unen, todo lo que pasa por la cabeza de Swann
para que podamos entender por qué sigue adelante con su pareja.
Proust relaciona el arte con el amor, un aroma con un paisaje, unas
flores con una mujer, de forma que nos mueve continuamente, no por la
realidad sino por el recuerdo de una realidad y la subjetividad con
que ésta se vive (y se recuerda).
Dicen que con Proust hay
que atreverse sólo si se tiene mucho tiempo, pero que hay que
intentarlo, al menos, una vez en la vida. Yo creo que es de esos
libros de los que se puede sacar mucho, no en una primera lectura
sino en sucesivas, y que hay que leerlo despacio. Con la primera
parte adivino a acertar la importancia de su obra, así que es seguro
que os hablaré de las muchachas en flor.
Ratita de laboratorio
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