Como En la orilla, Crematorio también arranca con un cadáver: la muerte de Matías, el hermano díscolo del constructor Rubén Bertomeu. El acontecimiento, aunque esperado, sacude a todo su entorno, al que vamos conociendo de uno en uno, a través de largas reflexiones. Rubén es el primero: Chirbes nos lo presenta conduciendo de camino a casa, a través de esa localidad levantina cuya morfología él ha contribuido a cambiar radicalmente. Después llegan los demás: Mónica, su joven esposa que aparece buscándose nuevas arrugas en el espejo; Silvia, su única hija, llena de culpas y resentimiento...
El cuadro de personajes lo completan un escritor de renombre amigo íntimo, y después enemigo, de Rubén, y algunos de los oscuros personajes gracias a los que medró sin importarle mancharse las manos. El hilo de los pensamientos de cada uno va dibujando las vidas de todos, entrelazadas a través de amor y sobre todo odio, y que confluyen un día concreto del final de verano en Misent en una sala de crematorio. Y a partir de la muerte de alguien que para todos ellos fue fundamental, se van revelando los secretos más oscuros de cada uno. Poco a poco, a través de un punto de vista cambiante, conocemos la compleja historia de Bertomeu y su familia y también aquello que apenas se confiesan a sí mismos. Las debilidades, las culpas. Y, sobre todo, el peso de los años que cae a plomo sobre ellos en un día en que todos han perdido algo.
Pepe Sancho fue Bertomeu en la serie que se inspiró en el libro. No imagino un protagonista mejor... |
El eje de la historia es la riqueza de Bertomeu, amasada en los años del ladrillo con pocos escrúpulos y colaboración de prácticamente todos los estamentos sociales. Chirbes hace a los personajes viajar al pasado, a las encrucijadas clave, a las decisiones que los marcaron a todos. Bucea en los instantes que hicieron que empezaran a hacerse daño. Y analiza las motivaciones ocultas, la parte del pastel que ha tomado cada uno, las hipocresías, los gestos inútiles. Como en En la orilla, en Crematorio no hay inocentes. Bertomeu es el rostro del sistema que el autor denuncia, pero no se salvan tampoco los que indirectamente se benefician de él. Todos interaccionan en un ambiente que el autor recrea como una telaraña asfixiante, que tiene sus raíces en muchos años atrás y que ahora se refleja en esa nieta que le pide un coche al abuelo sin preguntarse nada más o en el anciano que termina vendiendo su última parcela a su enemigo.
Para el lector no hay descanso: Chirbes lo lleva, a través de la mente de cada personaje, a ir siempre un paso más allá en la búsqueda de explicaciones para lo que pasa y para lo que hacemos. Crematorio es un espejo crudísimo de lo que pasó, de lo que hay, y también de lo que somos.
Ratita presumida
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