Las mudanzas, a veces,
traen cosas buenas. Este libro me lo regaló un amigo cuando,
haciendo cajas, descubrió que lo tenía dos veces. Me lo dio, en
inglés, y aunque estaba bastante segura de conocer la mayoría de
los cuentos, lo leí segura de que su lectura algo me aportaría. Y
supuse bien.
Oscar Wilde publicó El
príncipe feliz y otros cuentos en 1888, y La casa de granadas y
otros cuentos en 1891, colecciones que se presentan juntas en el
libro que leí. Wilde escribió poemas, cuentos, ensayos, obras de
teatro y una sola novela, El retrato de Dorian Gray. Sus cuentos son
tristes, y siempre terminan con una enseñanza moral, a menudo con
matices religiosos. Aunque son para niños, sus cuentos los pueden
leer también los adultos: hablan de amor, de entrega, de
arrepentimiento, de generosidad...
y pueden hacer llorar.
De entre todos los
cuentos El príncipe feliz es quizá el más conocido. A pesar de
haberlo leído de pequeña tantas veces, consiguió emocionarme una
vez más, aun leyéndolo en inglés. El príncipe feliz es una
estatua cubierta de oro y piedras preciosas que observa la ciudad en
la que se erige. Una golondrina, que por culpa del amor ha
retrasado su vuelta a África, hace posible que el príncipe ayude
a quien lo necesita, llevando algunas de sus joyas a los pobres de la
ciudad.
Oscar Wilde (wikipedia) |
Aunque opino que los
cuentos no tienen que enseñarnos nada para poder ser geniales, los
niños necesitan historias que les hagan sentir empatía, para
ayudarles a diferenciar lo que está bien y lo que está mal. Pero si
los leemos de adultos pueden contarnos mucho más: Wilde se pone en
el sitio de quien ama, de quien se entrega sin esperar nada a cambio.
Puede hablarnos de los amores platónicos o no correspondidos, de
las palabras y los sentimientos que se quedan en el camino. De si se
puede morir por amor, de si merece la pena. Del miedo a sentir, del
miedo a la verdad, del arrepentimiento y del perdón.
Años después de
escribir estos cuentos Wilde fue condenado a dos años de cárcel por
mantener relaciones homosexuales. Al salir se marchó a vivir a
Francia, donde murió joven y sin dinero. Leyendo estos cuentos me he
preguntado cómo hubieran sido sus últimas obras, y si sufrió al recordar
a sus hijos, pensando en los cuales los escribió. En sus cuentos uno
tiene claro lo que está bien y lo que está mal, pero en el mundo en
el que él vivió la supuesta justicia decidía qué amores eran
lícitos y cuáles no, y le quitó la patria potestad. Ojalá más
padres fueran capaz de explicar a sus hijos la mitad de bien que él
lo que significa morir por los demás.
Ratita de laboratorio
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