lunes, 23 de enero de 2017

Años salvajes, de William Finnegan

Años salvajes, ganadora del Pulitzer y alabadísima por la crítica, es la autobiografía de un periodista contada desde el punto de vista del surf, su gran afición desde la niñez. Por mucho de que avisaran de que se puede leer aunque jamás hayas surfeado tenía mis dudas, y más al ver la envergadura del libro. Pero aquí leemos de todo, desde siempre, y hay que arriesgar de vez en cuando. ¿Se puede disfrutar sin tener ni idea de qué es el pico de una ola? Sí, se puede. Y mucho. Debe de ser espectacular leerlo si además se sabe del tema. Pero empezarlo sin saber nada y acabar viendo por internet, por curiosidad, cómo son las olas de las que habla dice mucho de cómo escribe el autor...


William Finnegan divide la biografía en un puñado de largos capítulos, en los que relata las etapas clave de su vida: la infancia en Hawai, la adolescencia en California, los viajes de su juventud, la edad adulta. Nos lo cuenta utilizando el surf como hilo conductor: todo cambia, él el primero, a lo largo de los años. Pero su amor por las olas continúa: algo siempre tira de él cuando parecía que lo había dejado de lado. En algún momento, el surf se convierte en el elemento esencial de su vida. En otros es una vía de escape, pura evasión. A veces, vive instantes únicos, llenos de sentido. Otras, lo practica porque es la forma de examinarse a sí mismo, de reencontrarse con lo que es. El lector, al leerlo, puede sustituir surf por cualquier otra afición capaz de hacernos sentir vivos, de disfrutar del solo hecho de estarlo. Es eso exactamente de lo que nos habla Finnegan. Y lo que explica su pasión.

William Finnegan | Libros del Asteroide
Para los que no saben apenas nada de este deporte, el libro enseña muchísimo desde todos los puntos de vista: el respeto al mar; la belleza de una ola desconocida para los que no saben leerla; la soledad que esconde; los tipos de tablas; la adrenalina por la proximidad de la muerte; la cultura que lo rodea; las normas sociales... Antes o después, el lector empieza a comprender qué hay detrás de la afición de Finnegan y aprende a respetarla y, finalmente, a admirarla. Entre tanto, el libro se disfruta por otros factores: el autor utiliza un lenguaje ameno, muy cercano, en cierto punto muy periodístico que hace que sea muy fácil seguir el relato y que el lector pronto se reconozca en sus relaciones familiares, en sus momentos vitales y en las amistades que va forjando.

En cierto modo, el libro es la larga historia de una búsqueda y el surf es una de las formas que encontró el autor para darle respuesta. Sus relaciones también lo son, así como sus viajes, sus lecturas, su anhelo de escribir una novela y su trabajo de maestro o de corresponsal. Con un tono nada pretencioso, riéndose a menudo de sí mismo en los episodios más cómicos y sin tener piedad al hablar de sus equivocaciones y sus momentos de vacío, Finnegan va hilvanando una aventura con otra. Y consigue, al final, que entendamos, y sintamos, qué le lleva a meterse bajo olas: esos instantes únicos que se presentan raras veces, que le hacen saberse eterno. Parece casi imposible, pero es capaz de explicar por qué.

Ratita presumida

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