El
camino del perro me lo trajo Papá Noel, por encargo del mismo amigo que
me dejó Firmin. Los dos queríamos saber si nos identificaríamos con
otras historias de
Savage, o si otros personajes suyos nos parecerían tan tiernos como la
rata de la librería de Boston. Leyendo este libro, me enteré de la
muerte de su autor (17 de enero de 2019), y sentí mucha pena, con lo que
El camino del perro me pareció un libro aún más
triste de lo que en realidad es. Ese pesimismo de su protagonista, esa
depresión o sus pocas ganas de vivir, me impiden recomendarlo. Aunque
intentaré con este post hacer justicia a un autor con el que muchas
ratas, de nuevo aquí, se sentirán identificadas.
Savage
publicó El camino del perro en 2013. Savage
conoció el éxito con 66 años, por lo que cuando habla en este libro
de los artistas
menores fracasados, y de los que dan la vida por su arte, sabe lo que
significa. Me gusta imaginar a Savage escribiendo y escribiendo, quizá
fichas también, como el protagonista Harold Nivenson, olvidando o rechazando la
posibilidad de ser publicado, o de vender ejemplares,
pero aun así escribiendo. Porque hacer arte no implica hacerse rico, de
hecho, muchas veces, está reñido con ello.
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| Sam Savage (El País) |
La
estructura del libro me ha encantado, eso sí, pero por lo demás, como
dije antes, no puedo recomendar este libro por triste. De El camino del perro me quedo con
lo mismo que con Firmin: se puede leer por leer, escribir por escribir,
buscar refugio en el arte y no ser nunca
conocido. El éxito cuando uno escribe una obra maestra a veces llega
tarde, o nunca llega, pero eso no lo convierte en
menos obra de arte. Al contrario, quizá.
Ratita de laboratorio

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