martes, 4 de septiembre de 2018

Clavícula, de Marta Sanz

Cada día soy más de clásicos pero de vez en cuando alguna novedad me entusiasma: es el caso de Clavícula, de la española Marta Sanz. No es una novela, sino una especie de diario, construido a través de pequeños fragmentos cotidianos que tocan muchos temas, conectados por el hilo conductor del sufrimiento físico, de la conciencia del propio cuerpo.

Clavícula arranca con el relato de cómo la autora comienza a sentir un dolor desconocido a bordo de un avión. El libro se va construyendo a partir de la búsqueda del origen de ese dolor -autoexploración continua, visitas al médico, consultas a amigos y familiares...-, excusa perfecta para que la autora hable consigo misma en un momento concreto de su vida sin que parezca dirigirse a los lectores, que asisten a un monólogo muy íntimo construido a base de detalles, de trozos de su día a día.

El libro es tan personal que para disfrutar de él hace falta empatizar con la autora. Sanz habla de inquietudes tan cotidianas que apenas sabemos ponerle nombre, y mucho menos hablar de ellas. Sentir el paso del tiempo en minúsculos detalles; adelantar de forma constante el sufrimiento; estar rodeados de gente que lo pasa peor y sentir que eres tú el que sufre de verdad; llenar los días -o muchos de ellos- de cosas que amas y aun así experimentar angustia...

"Mi marido y yo nos marchamos por fin y, mientras bajamos en el ascensor, la dulzura y la paz me acongojan. No sé disfrutar de la paz ni de la dulzura. Porque se acaban". 

La materia del diario es ella misma, su entorno más próximo y su interior más escondido, en los que bucea una y otra vez en busca del origen de su mal, que a su vez despierta en ella miedos nuevos o que habían estado enterrados hasta ahora. Es un punto de partida aparentemente simple pero ella le saca un partido extraordinario. Y en buena parte se debe al otro punto fuerte del libro: la forma de escribir de Sanz, capaz de dar forma a lo más nimio. En Clavícula también hay muchas referencias a la escritura, al proceso en sí y a lo que significa vivir de ello, y Sanz incluye algunos episodios, un par de cuentos, que parecen ejercicios de estilo.

El único problema que se puede encontrar el lector con este libro es que no termine de entender a Sanz: es una lectura tan personal, ella aparece tan desnuda, que es imprescindible conectar con lo que nos cuenta para saborearlo de verdad. Una vez conseguido, si Sanz nos toca en algunas páginas, en algunas líneas, Clavícula se disfruta mucho. Muchísimo.

Ratita presumida

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