Los protagonistas de Tantos días felices son Guido y Vincent: se conocen desde niños y pasan juntos sus años universitarios aunque elijan distintas profesiones. Colwin arranca el relato en el momento en que Guido conoce a Holly, una chica muy rara de la que se enamora locamente. Vincent será su confidente y luego será Guido quien actúe de consejero cuando años más adelante ambos se establezcan en Nueva York y aparezca la desconcertante Misty.
Colwin traza una especie de novela de costumbres centrada en los cuatro personajes, en la relación de Guido primero y en la de Vincent después. Guido y Vincent parecen, en comparación, bastante más simples que sus parejas, aunque Holly y Misty sean, en realidad, aún más extrañas de lo que marcan los estereotipos. Eso es lo que enriquece la novela y la hace tan atractiva: las rarezas de las personajes hacen parecer fascinantes las vidas de uno y otro, aunque en lo básico sean tan similares a la de cualquier pareja. Y pese a que los días se acaben pareciendo unos a otros -en algún momento, Colwin dice que el matrimonio es fregar los platos, hacer la colada e ir todos los días a trabajar-, los diálogos, llenos de ingenio, y las pequeñas crisis sin demasiada importancia hacen que la novela avance y la monotonía, en lugar de convertirse en un lastre, sea un elemento más y en ocasiones algo casi esencial para la felicidad de los protagonistas.
Laurie Colwin | Libros del Asteroide |
La autora describe momentos de los que pocas veces se habla para bien: las tareas domésticas, las reformas en casa... Ella parece ensalzarlos y de hecho alguno de los personajes lo hace. Entre tanto, surgen multitud de personajes secundarios -familiares y compañeros de los cuatro-, cuyas locuras animan los días de los protagonistas.
Lo mejor de la obra es cómo Colwin explica qué une a los cuatro a través de las conversaciones entre los dos amigos, cada pareja, y las dos mujeres. Por qué se entienden y qué les lleva a compartir unos con otros ese día a día tan igual pero tan bello gracias precisamente a que están juntos, en su casa, en cenas de celebración, en breves encuentros en la oficina. Son felices ahí y ahora y terminan el libro sabiendo que lo son, lo merezcan o no, o sea la vida distinta a como les habían contado. Colwin parece decirnos, todo el tiempo, que también nosotros tenemos derecho a serlo y a no avergonzarnos de ello.
Ratita presumida
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