viernes, 1 de febrero de 2013

A propósito de Abbott, de Chris Bachelder


Hay pocos libros que hablen tan bien como éste de la rutina y las obligaciones de todos los días. A propósito de Abbott trata de la "normalidad" que se ha instalado en la vida del protagonista desde que nació su hija, con decenas de cosas de las que estar pendiente, que llenan, sin dejarle apenas espacio, el tiempo que pasa en casa. Para contárnoslo, Chris Bachelder, al que adivinamos habiendo vivido experiencias muy parecidas, convierte al libro en un diario con sentimientos y situaciones de un verano en la vida de Abbott, un profesor universitario que está a punto de ser padre por segunda vez.


El encanto de los capítulos es que están dedicados a acontecimientos absolutamente intrascendentes. Hay veces que Abbott se siente feliz porque les encuentra sentido. Pero otras, las que más, se siente harto de su propia vida, pese a saber que tiene pocas razones para quejarse. Hay desgastadas discusiones de pareja, confesiones de que se cansa de estar con su hija, tareas que él no se hubiera podido ni imaginar que existían... El autor nos presenta a un Abbott extraordinariamente sincero, porque pocos padres con niños tan pequeños confesarían públicamente que hay ratos en que se sienten sobrepasados y sueñan con otros tiempos. Y gracias a eso, la empatía con el lector es total.

Algunos capítulos duran unas pocas líneas; otros son mucho más largos. A veces sólo aparece Abbott, profesor de Filosofía, reflexionando frente al ordenador y disfrutando de unos instantes de soledad. Otras veces aparecen su hija o su esposa, haciendo excursiones fallidas, discutiendo, o en silencio uno junto a otro. El mejor, quizás, es uno contado desde el punto de vista de un técnico de frigoríficos que acude a casa de Abbott. El protagonista le recibe con su hija en brazos medio desvestida, cara de desesperación y el cuerpo lleno de pegatinas. "Le dije algo que prometí que nunca diría a nadie: 'disfruta de estos años, que los niños crecen enseguida'", confiesa el técnico después, sintiéndose culpable.

De vez en cuando, Abbott es capaz de abstraerse y disfrutar al desatascar un canalón o limpiar el garaje. Pero la mayoría del tiempo se hace preguntas sobre si le gusta su vida ahora, pocos meses después de que haya cambiado para siempre. En las primeras páginas, cuando aún le conocemos poco, la respuesta para Abbott sería, claramente, que no compensa. Hacia el final, la solución se hace más difusa, porque el autor, sin sensiblerías, nos enseña pequeños instantes que hacen que valga la pena. En sus páginas está todo: lo bueno, es decir, lo que siempre se cuenta sobre formar una familia; y lo malo, lo que nadie dice sobre hacerse adulto. Es lo que hace tan especial este libro, y tan recomendable.

Ratita presumida

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