lunes, 26 de octubre de 2020

Un puente sobre el Drina, de Ivo Andric

Adquirí la costumbre de traerme un libro como souvenir de los lugares a los que viajaba, pero hay quien, para preparar un viaje, compra un libro sobre la región (y escrito por alguien de allí) para ir preparando la visita. Una amiga, antes de viajar hasta Croacia desde Alemania en tren, me preguntó qué libro podría leer sobre la zona. Y, tras buscar en Internet, le recomendé Un puente sobre el Drina. Un tiempo después se lo pedí para leerlo: Andric fue premio Nobel, y en todas las páginas que visité lo ponían como imprescindible. No voy a mentir: es lento, y se me ha hecho largo. Pero leerlo ayuda a entender que los problemas de la región no vienen de ayer.

 

Andric nació en Bosnia, y vivió en Visegrad durante su infancia. De origen croata, se identifica como serbio, y fue detenido tras el asesinato del heredero del imperio austrohúngaro como sospechoso de haber participado en su organización. Fue político en Yugoslavia y embajador en Alemania de 1939 hasta 1941. Escribió Un puente sobre el Drina en 1945.

La historia de la antigua Yugoslavia es complicada: es una zona donde han convivido desde siempre varias etnias y religiones, y que estuvo bajo el mando del imperio otomano y austro-húngaro. Un puente sobre el Drina habla del puente Mehmed Paša Sokolović, en la ciudad de Visegrad, en Bosnia, construido para acortar el camino desde Sarajevo a Estambul: para unir dos culturas, la musulmana y la cristiana. 

Andric (wikipedia)
Andric en Un puente sobre el Drina habla del puente como símbolo de la ciudad, del país: de cómo la convivencia no siempre es fácil pero es posible, de los acontecimientos que marcan la historia de la ciudad. Y de cómo el puente es testigo del paso del tiempo, y símbolo de lo inamovible, lo inmortal. Lo que no se puede destruir.

Ya dije en la entradilla que el libro es lento: mentiría, si no dijera que me ha costado acabarlo. Pero una vez terminado, me pregunto si no es eso lo que Andric busca: Visegrad sufre por las inundaciones, y por problemas políticos y las revueltas bajo el mando otomano. Pero se aprecia una calma, una imperturbable realidad, una convivencia pacífica de distintas religiones donde, sin mezclarse mucho, existía el respeto. Y el puente simboliza eso. Pero hacia el final del libro, todo se pone en duda: comienzan los cambios y Visegrad ya no es como era, y el ritmo de la novela se acelera. Porque el final del siglo XIX y el principio del XX la región era un polvorín. 

Puente Mehmed Pasa Sokolovic

Me ha gustado la mezcla de idiomas que se adivinan: las lenguas de la zona, el árabe, el sefardí, el alemán. Y cómo los acontecimientos políticos influyen (o no) en la pequeña ciudad. Ese desafecto por los imperios, por uno y por otro, y la posibilidad de hacer carrera marchándose lejos, a la capital. Andric habla de forma romántica, a ratos un poco desengañado del nacionalismo que él mismo apoyó, el serbio, desde Visegrad: en la provincia actual de la República Serbia de Bosnia-Herzegovina, un símbolo para Andric de una convivencia posible. Me pregunto qué pensaría Andric del final de la antigua Yugoslavia y de la formación de las nuevas naciones. De cómo la población se ha redistribuido y quizá esa convivencia de diferentes ya no exista como él la conoció.

También me he acordado de Roth y de su Marcha Radetzky: de nuevo los militares marchándose a provincias, cambiando la rutina de la zona, influyendo en ella y provocando desprecio, pero contado desde otro punto de vista. 

Si os interesa la literatura yugoslava, es una buena opción, y también si pensáis viajar a la zona (o estáis indecisos: a mí me ha dado ganas de ir). Pero, como ya he dicho, el libro en sí es un poco lento.

Ratita de laboratorio

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