Puede que ya haya hablado por aquí de una lista de libros imprescindibles que me dio un profesor que ya no está y en la que sigo descubriendo tesoros: El jardín de los Finzi-Contini es uno de ellos. Está escrito en un mundo desaparecido, a un ritmo también desaparecido. Leerlo es sentir esa pérdida y la nostalgia del autor por la juventud, el amor, la belleza arrasada para siempre. Puede que alguno la lea como una novela más sobre la Segunda Guerra Mundial, pero para mí ha tenido algo especial, algo distinto: consigue que el horror se viva a través de todo lo que se ve que se va a ir para siempre y lo absurdo de todo ello.
El jardín de los Finzi-Contini es el espacio idealizado donde transcurre la novela, en la que un narrador evoca, desde su madurez, su infancia y su juventud marcada por una familia y la mansión donde vivía. El autor nos cuenta desde el principio cuál será el destino de los Finzi-Contini: algunos morirán antes del comienzo de la guerra, el resto lo harán en campos de concentración. La casa, tras los años cuarenta, nunca recuperará el brillo de entonces. Desde ese punto, el narrador vuelve hacia atrás, a sus tardes en la sinagoga admirando a la distante familia Finzi-Contini y el momento en que habló por primera vez con la cautivadora Miçol.
El autor, del que sólo se sabe que es judío como ellos y que procede de una familia menos acomodada, se convierte en amigo de Miçol y su hermano Alberto en su juventud y comienza a frecuentar la casa, donde conoce a los padres, no tan altivos como creía. El jardín de los encuentros con ellos aparece con un aspecto casi mágico; las tardes de verano que transcurren, una tras otra, en su compañía, también. Del jardín pasa a la casa y a la biblioteca, con sus miles de volúmenes, donde escribirá su tesis arropado por el padre. La sensibilidad, la cultura, la educación, el amor callado que transcurre tras esos muros acabará desapareciendo, siente el lector mientras lee cada página.
El jardín de los Finzi-Contini tiene algo de la nostalgia de Stefan Zweig en El Mundo de ayer: algo del llanto por una época y una forma de vivir desaparecidas, arrasadas por la guerra, y en el caso de Bassani, por la barbarie del nazismo. El ritmo de la novela, pausado, calmado, que se detiene en los detalles, los títulos, las citas, los poemas que se recitan entre amigos, también evoca una época pasada, que choca de pleno con lo que vendría después en los campos de exterminio y en el campo de batalla.
Es una novela para disfrutar despacio, capaz de retratar el horror a través de la descripción de lo más opuesto a lo que pasó después. La catástrofe se intuye en la novela a partir de la creciente discriminación de los judíos en Ferrara, pero ningún personaje llega a intuir todo lo que vendría. El lector sí lo sabe, y es consciente desde el principio de todo lo que perderán. Eso la convierte en una novela muy potente sobre el Holocausto aunque apenas se mencione, además de una novela maravillosa sobre el amor y la belleza.
Ratita presumida
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