
Marcel Proust murió sin
terminar su obra cumbre (y casi única), En busca del tiempo
perdido, cuya publicación póstuma llevó a cabo su hermano a
raíz de sus notas. Frágil de salud, Proust pasó muchos años
entregado a la escritura de este libro, casi sin salir de casa y sin
trabajar, pues por su posición acomodada no lo necesitaba. El
tiempo, su relación con la memoria, los sentimientos y el arte son
sus principales preocupaciones, que plasma en, al menos, su libro Por
el camino de Swann.
En Por el camino de
Swann el autor relata sus recuerdos.
Dividido en tres partes, nos habla de Combray, donde acude Proust
todos los años a veranear y donde conoce a Swann. En
las primeras páginas el escritor nos describe qué siente al despertarse: cómo
su mente, por unos momentos desorientada, tarda en comprender dónde
se encuentra. Eso le permite durante unos segundos trasladarse a
otros lugares adonde su memoria, confundida, le lleva por error (como
por ejemplo, a su antigua habitación de Combray).

En la segunda parte del
libro conocemos a Odette, de la que Swann se enamora. Para Proust no
es tan importante la relación de amor entre Swann y Odette, marcada
por los celos, sino la descripción detallada de los motivos de este
amor, los lazos que los unen, todo lo que pasa por la cabeza de Swann
para que podamos entender por qué sigue adelante con su pareja.
Proust relaciona el arte con el amor, un aroma con un paisaje, unas
flores con una mujer, de forma que nos mueve continuamente, no por la
realidad sino por el recuerdo de una realidad y la subjetividad con
que ésta se vive (y se recuerda).
Dicen que con Proust hay
que atreverse sólo si se tiene mucho tiempo, pero que hay que
intentarlo, al menos, una vez en la vida. Yo creo que es de esos
libros de los que se puede sacar mucho, no en una primera lectura
sino en sucesivas, y que hay que leerlo despacio. Con la primera
parte adivino a acertar la importancia de su obra, así que es seguro
que os hablaré de las muchachas en flor.
Ratita de laboratorio
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