sábado, 27 de julio de 2013

El cielo es azul, la tierra blanca, de Hiromi Kawakami

Los que hayáis buceado un poco por el blog, os habréis dado cuenta de que los libros japoneses son una de mis debilidades. Tienen una forma totalmente distinta de contar las cosas. Y una obsesión que me fascina por los personajes solitarios y aislados, y la forma en que poco a poco se abren al mundo. Siempre que voy a una librería y veo un nombre nuevo con un titular llamativo, acabo cayendo. Así me ocurrió con esta obra, con el añadido de que estaba publicada por Acantilado, signo, casi siempre, de que merece la pena. Y era verdad: la historia que cuenta me conmovió como pocas, y no puede ser más sencilla. Ése es el encanto de este libro: contar de una forma extraordinariamente simple lo que tiene de mágico y salvador el amor.


El cielo es azul, la tierra blanca arranca con un encuentro casual en un restaurante japonés. Tsukiko, una mujer de 38 años, se encuentra con el que fue su profesor de literatura en el colegio. Intercambian unas palabras, y como ambos suelen acudir al mismo lugar, a ese día siguen otros. A base de breves conversaciones y comidas compartidas, Tsukiko y su anciano maestro crean un vínculo, siempre débil e inseguro, que se va transformando en algo más.

El mayor valor de la autora es la manera en que retrata cómo surge, casi de la nada, el sentimiento amoroso en la protagonista. No lo explica con palabras, sino con gestos y señales que el lector va reconociendo. Es un proceso extremadamente sutil. Los protagonistas apenas hablan de temas importantes, y mucho menos de lo que sienten. La novela está llena de silencios, pero Kawakami consigue que vayamos sintiendo cómo la necesidad de uno por el otro nace y se va haciendo más fuerte. Así ocurre cuando Tsukiko se enfada de una forma casi infantil por un comentario irrelevante de su maestro. O cuando la soledad en su casa, que antes soportaba, le ahoga.

Creo que nunca he leído a nadie que explique de forma tan natural, sencilla y al mismo tiempo bella el proceso de enamorarse de alguien. El amor nace de una casualidad, el primer encuentro; también de una necesidad: ambos están profundamente solos. Pero sobre todo surge porque nace un espacio compartido, al principio pequeño pero que se va haciendo grande, en el que ambos encuentran descanso sin necesidad de palabras, una especie de respiro en sus vidas que se va ensanchando sin que se den cuenta y que les hace más felices que cualquier otra cosa.

Es un libro maravilloso que si te toca el alma, se hace muy corto, pero puede que a muchos lectores les parezca insoportablemente lento porque el ritmo lo es. Es una narración de detalles y rutinas de los que poco a poco va surgiendo algo. El encanto de la obra es irlo viviendo junto a la protagonista; sentir cómo nace una consoladora amistad primero y una necesidad del otro cada vez más fuerte después. Descubrir cómo la felicidad puede llegar en cualquier momento. Cómo todo es mucho más fácil, y está más cerca, de lo que nos imaginamos.

Ratita presumida

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