La principal característica de Alegría es que es un libro absolutamente autobiográfico e introspectivo; una búsqueda de sí mismo a través de sus angustias y vivencias diarias, iluminadas ahora por ese éxito desbordante de un libro que le está generando, y no es poco, continuos viajes e inesperados encuentros con viejos conocidos y familiares lejanos que un día no lo fueron tanto. Tras hablar en Ordesa fundamentalmente de sus padres desaparecidos y de lo imposible de superar su pérdida y de maremotos como el de su divorcio o el alcoholismo, Vilas nos sitúa en un nuevo punto temporal, en el que lo que cambia es el enfoque: ha tocado fondo, y lo sigue haciendo con frecuencia; pero ha descubierto, o redescubierto, la alegría y la belleza en pequeñas vivencias, recuerdos, gestos y miradas. Convive con la sombra de la depresión al tiempo que con el asombro constante de descubrir amor, amor infinito, como el suyo hacia sus hijos o el que sigue sintiendo inaltarable hacia sus padres. Está llegando, pues, "por el dolor a la alegría".
Hay páginas muy bellas en la última novela de Manuel Vilas y mil momentos para empatizar con él en esa búsqueda dolorosa de sí mismo, en esa búsqueda y encuentro con la alegría, en esa lucha diaria por dejar la angustia a un lado acompañada por chispazos de felicidad:
"Ya sé que me lo estoy inventando todo, que sé que no me oís, ya sé que nada ocurrió como yo lo cuento, ya sé que no hubo tanto amor, ya sé que todo fue banal, ya sé que estoy loco por inventarme esta historia de amor, por inventarme Ami vida, que no es como yo la cuento, porque quien la cuenta es Arnold, ese ser esquinado, pero a la vez demasiado luminoso".
Arnold (Arnold Schönberg) es el nombre que le pone a su fantasma y compañero perpetuo, la depresión, que se va de su lado muy pocas veces. Entre tanto, hay diálogos continuos con sus padres fallecidos y recuerdos, muchos recuerdos: convierte, como dice en un momento del libro, el pasado en su religión, evocando a Proust. Mientras, la vida sigue con instantes que le deslumbran, sobre todo los momentos compartidos con sus hijos.
¿Es Alegría un gran libro? Para muchos, probablemente sí: está escrito de forma excelente y tiene una intimidad conmovedora. Para mí, sin embargo, le falta algo y también le sobra: encuentro demasiado a Vilas en cada página. Quiero ver esa alegría de la que habla en lo que escribe, no que él me lo cuente y explique al detalle a cada instante. Quizás los pasajes que más me han gustado sean los del Vilas más narrativo, en los que se ve esa belleza sin necesidad de que él lo diga (aunque también lo hace): los pájaros de papel del internado en Huesca, por ejemplo; o su incursión en el río Cinca, buscando hondura en el agua. El autor está demasiado presente y lo que intenta decirnos, también. A un gran libro le pido más.
Ratita presumida
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