Compré Los detectives salvajes hace tiempo, ya que prometí leerlo después de leer a nuestros seguidores en el post de 2666. Su última obra es considerada la obra cumbre de su autor, pero también es para muchos demasiado larga y tediosa. Con la lectura de Los detectives salvajes quería poder ofrecer una alternativa a los seguidores de Bolaño, que quieran conocerle con un libro largo y tengan miedo de no poder acabar 2666. Sí: Los detectives salvajes es la alternativa perfecta.
Roberto Bolaño publicó Los detectives salvajes en 1998, y recibió por ella el Premio Herralde de Novela. Uno de los protagonistas del libro es Arturo Belano, el álter ego de Bolaño: un chileno que, como él, se marchó muy joven a México DF donde fundó un movimiento poético (los infrarrealistas en la realidad, realistas visceralistas en la novela). Muchos de los personajes están basados en personas reales, como Ulises Lima, su mejor amigo y cofundador del movimiento y basado en el poeta mexicano Mario Santiago Papasquiaro.
La historia de Arturo (Roberto) y Ulises (Mario) nos la cuenta el poeta García Madero, huérfano y estudiante de derecho, que conoce a los poetas en un taller de poesía de la Universidad. De mano de su diario leemos las juergas que se corren, las relaciones que tienen entre ellos, las conversaciones, las ganas de publicar revistas y de renovar la poesía. Son jóvenes, vitales, y leen y escriben sin parar. A veces hay enemistad, celos, desamor: pero todo de forma muy intensa, como si el mundo se acabara mañana, haciéndonos creer (o recordar) que cuando uno es joven, hay un momento en el que todo es posible.
Bolaño y Papasquiaro |
García Madero no es el único narrador de esta historia: hay otros que se cruzan con Arturo y Ulises a lo largo de los años, cuando Arturo decide marcharse a Europa, cuando deciden abandonar el movimiento realista visceralista. Pero estos personajes siempre guardan la distancia, y aunque conocemos distintos lados de su personalidad, nunca terminamos de conocerlos del todo. Los entendemos y no los entendemos, y hay períodos de sus vidas que quedan ocultos. Siempre fieles a la poesía, viven unas vidas sin convencionalismos, como versos sueltos, como si nunca terminaran de encajar en ningún sitio.
Si en 2666 tenemos la sensación de que Bolaño nos cuenta su opinión personal sobre la literatura y el papel que juega en su vida, en Los detectives salvajes conocemos su juventud, y descubrimos en Arturo sus comienzos como escritor. No sé cuánto de real hay en esta obra, cuántas anécdotas o relaciones fueron reales y cuántas no, pero consigue reflejar una forma de vivir y de pensar que nos hace creer, al terminar el libro, que conocemos mejor a Bolaño que antes de empezar. Es lo más cercano a una autobiografía que, seguro, estaba dispuesto a publicar, y a mí, en varios momentos, me ha emocionado.
Leyendo Los detectives salvajes descubriréis además un homenaje a los escritores, a los autores aficionados, a los que creen en la literatura más allá del éxito. Y hallaréis un hueco para esos escritores secundarios de los movimientos, los autores esquivos como Cesárea Tinarejo, a la que Los detectives salvajes deciden un día salir a buscar. Yo, que últimamente sueño con descubrir algún escritor o libro olvidado, también me hubiera ido un buen día a Sonora, en un Impala, sin mirar atrás.
Quién sabe: quizá algún día lo haga.
Ratita de laboratorio
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