Que arranque como una autobiografía, que ese sea el punto de partida de su obra me hizo desconfiar al principio pero después de terminarlo quizás sea esa la manera más acertada de abarcar esta ciudad inabarcable, tan incomprendida por algunos y tan amada por tantos. Como muchos de su generación, Trapiello, nacido en León, emigró a Madrid: él, para perseguir un amor; otros muchos, en busca de oportunidades, trabajo, una vida nueva. Cuenta Trapiello cómo comenzó a conocer Madrid a base de paseos, unos forzados por la necesidad y otros por puro placer. Habla de los barrios: Salamanca, donde trataba de hacer negocio; Carabanchel, que lo acogió. Del metro, de las conversaciones escuchadas, de tiendas, de calles recorridas una y otra vez. Avanza su historia y Trapiello nos habla de escenarios nuevos: la que sería su calle, sus refugios del Museo Romántico y la casa de Lope, la Gran Vía que le consuela siempre, el Retiro, la Cuesta de Moyano, el Rastro. No tiene reparos en contar los muchos desastres arquitectónicos madrileños, las veces que muchos la afearon, y mientras tanto nos habla también de sus reyes, de sus aciertos y equivocaciones; del origen mítico y real de la ciudad; del momento en que comenzó a serlo; de los muros que terminaron cayendo; de los parques y plazas que se fueron ganando; de las casas a la malicia, los tesoros que se esconden en tantas calles, los rincones que serán bellos dentro de cien años, los Madrid imposibles, los que existieron y ya no, y los que siguen ahí: sobre todo, el de Galdós.
El hilo autobiográfico se va a haciendo más leve según pasan más páginas y el lector se va haciendo cada vez más cómplice de la historia de Trapiello porque según lee va reconociendo su Madrid, aunque con otras calles y otras gentes. Le vamos entendiendo y nos vamos encontrando en esas declaraciones de amor a la ciudad sin que falten las críticas despiadadas (si no, no sería madrileño) Cada cual tendrá sus capítulos preferidos: los míos son el dedicado a la Guerra Civil y sobre todo el de Galdós aunque las menciones a Fortunata y Jacinta, quizá el mejor libro de Madrid jamás escrito, son constantes. Trapiello habla de Madrid sobre todo pero también de otras muchísimas cosas, y son maravillosas sus páginas sobre el Madrid literario, sobre Galdós, que es "nadie, sólo aquel a través del cual se manifiesta el ser humano, parecido en esto, cómo no, a Cervantes o Velázquez, creadores desparecidos detrás de sus criaturas".
Entre sus referencias y sus apéndices con miles de nombres y sitios de Madrid entre personajes, palacios, iglesias, teatros y calles (no podían faltar las páginas sobre el callejero de quien fue llamado a remover algunos nombres por el Ayuntamiento) el libro termina convertido en una especie de enciclopedia sobre la ciudad con los mil temas que caben en ella, pero siempre contados desde el punto de vista personal del autor, que es el de alguien que ama la ciudad, que ha "andado" lo suficiente, que la respeta y que la conoce, en sus mil defectos y en sus muchísimas virtudes, muchas tan escondidas para quienes la sufrimos también todos los días.
Es un libro precioso que quizás se disfrute hoy más que nunca porque seguimos echando de menos lo que fue Madrid antes de la pandemia, porque entre tantas cosas que el coronavirus nos ha quitado está también el de disfrutar libremente de sus calles, sus museos, sus terrazas. Como Trapiello lo toca todo, también habla de ese momento aterrador en que las calles se quedaron sin gente durante semanas. Qué ganas de volver a vivirlo y mirarlo con ojos de turista, más compasivos que los nuestros. Qué ganas de caminarlo de nuevo.
Ratita presumida
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