Como cada Navidad, vine a Madrid con la maleta medio vacía, dispuesta a, en caso de necesidad, buscar algún libro antiguo en la estantería familiar. Me decidí por La romana, sin saber nada de la obra, y casi sin leer el resumen. Contenta de leer una obra italiana, descubrí con la lectura que habla de la vida de una prostituta, obligada por la vida (o empujada, o animada) a llevar el único estilo de vida posible a tenor de las circunstancias. Debo decir que me ha gustado, porque adoro los libros que no nos dicen todo lo que hay que decir, permitiendo que seamos nosotros los que, tiempo después, entendamos a ciertos personajes cuyas relaciones son tan extremas.
Moravia publicó La romana en 1947. Ambientada en la Roma de Mussolini, la romana es Adriana, una mujer muy guapa a la que las circunstancias la convierten en prostituta.
La narradora de La romana es la propia Adriana, que nos cuenta en primera persona y desde su inocencia cómo su madre la lleva a posar desnuda para varios artistas, animándola a no casarse y a no llevar una vida "como la suya". Al leer sobre sus deseos de casarse, tener hijos, llevar una casa limpia y ordenada, no he podido evitar recordar a la Justine de El marqués de Sade, donde también la protagonista es confiada y buena, pero termina una y otra vez obligada a hacer lo que no quiere. Este parecido se queda ahí, en la estructura del libro y en su principio, porque poco a poco vemos que el problema de Adriana es otro. Junto a Gino, ese primer novio, conoce los lujos a los que nunca podrá aspirar, y se da cuenta de que la única manera de vivir de forma, al menos, desahogada, es a través de la prostitución.
Adriana es bella, y se sabe atractiva, y gracias a Gisela, con un "amante" estable, conoce un estilo de vida diferente, donde el amor se paga con dinero. Adriana entra a fuerza de desenganos en un estilo de vida que considera inmoral, pero poco a poco lo acepta, y deja de culparse. Es que acaso tiene otra salida? Y en esta aceptación radica para mí la magia del libro, donde Adriana se "enamora" de alguien incapaz de sentir, donde es perseguida por un policía que la desea para escapar de una vida insoportable, que entra en contacto con la maldad pura a través de un delincuente.
Adriana, al acostarse con tantos hombres y tan diferentes, aprende a conocerlos y establece con ellos vínculos de intimidad. Muchas veces nos dice que ella no entiende, que no comprende, pero nosotros leemos más allá en las palabras de unos diálogos crueles, duros, donde la soledad de cada personaje (una madre que mira para otro lado, una prostituta que no piensa para no ver su vida vacía, una amiga que empuja a otra a la inmoralidad sólo por envidia y para no sentirse tan desgraciada) es brutal.
Creo que Moravia nos habla de muchos temas, y muy diferentes, en esta obra. Aparece la política, la pobreza, la religión, y el determinismo de algunos personajes. Pero para mí, al hablar de Adriana y de su resignación ante su profesión, nos habla de la posibilidad de ignorar aquella voz que nos dice lo que es correcto y lo que no, de la apatía, de cómo uno puede sentirse ajeno a la vida y sus reglas. Cómo sólo hay que aceptar, y no pensar, como hace Adriana, para no sufrir tanto. Nos habla de la nada, en sólo unos párrafos, que son de los pocos llenos de verdad en una novela llena de gente que sobrevive como puede, dejándose llevar y evitando pensar. Porque la vida es cruel y no tiene sentido, y entenderlo, y sufrirlo, no sirve para nada. Ser valiente y luchar por un mundo mejor, no tiene premio.
Ratita de laboratorio
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