Penelope Fitzgerald, una escritora tardía que comenzó a publicar con casi sesenta años, escribió La Librería en 1978. Cuenta la historia de Florence Green, una mujer que decide emprender un negocio en el oscuro y húmedo pueblo de la costa inglesa donde vive desde el fallecimiento de su marido. Aunque no es rica, no toma la decisión de montar una librería por necesidad: se siente capaz de hacer algo por sí misma y de arriesgarse, aunque nada más comenzar a dar forma a su proyecto se enfrenta a los primeros escollos: el escepticismo del banquero, los continuos desperfectos de la casa que acogerá su tienda... Pese a los obstáculos, la librería logra abrir y atrae a sus primeros clientes. Pero los vecinos más poderosos del pueblo seguirán conspirando contra ella, contra el atrevimiento de quien ha osado hacer algo nuevo, diferente, sin pedirles opinión.
El tono de La Librería recuerda a veces al de un cuento o una fábula, algo a lo que ayudan el humor con el que salpica Fitzgerald sus páginas, el toque fantástico del fantasma que ronda la tienda y algunos geniales personajes secundarios, entre los que destaca Christine, la niña de diez años que le ayuda con el negocio y que parece más sabia y realista que su dueña. La librería, con sus fondos de segunda mano, sus marcapáginas japoneses vendidos por error a precio de saldo y sus manuales de pesca y de jardinería entre decenas de Lolitas recién sacadas de la imprenta, sobrevive a duras penas gracias a la ilusión de Florence, la única que cree en la extravagancia de llevar libros a un pueblo rodeado de pantanos en el que casi nadie lee. Y esa ilusión es el esqueleto, la esencia de esta obra: a Florence no la impulsan ni la ambición, ni la necesidad, ni la vanidad: quiere hacer algo por ella y para los demás; algo bello capaz de hacer mejor su entorno y a sus vecinos. Y sus ganas son tantas, que los mediocres que desean verla fracasar no lo consiguen fácilmente...
Cartel de la película de Isabel Coixet |
Dice la autora de Christine, la niña sabia, en una de las páginas del libro:
"Le gustaba encargarse de echar el cierre cada tarde. A los diez años y medio tenía la certeza, quizás por última vez en su vida, de cómo había que hacer las cosas exactamente"
De ese sentimiento que en algún momento se nos pierde nos habla Fitzgerald en este libro: de cómo el entorno, los demás, nos sepultan de dudas hasta que los sueños, y la seguridad que nos ayudaría a emprenderlos, se esfuman para siempre. En Florence aún vivían y ella tuvo la energía y la alegría de hacerlos volar.
Ratita presumida
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