Las ratitas andamos estos días
enfrentadas a retos complicados, así que nos es difícil publicar en el blog con una lectura actual. Por eso, de mutuo acuerdo dedico mi
siguiente post a uno de esos libros que te marca en la juventud, uno
de esos libros sobre los que podrías tirarte horas hablando, pero
sólo entre freaks, porque para muchos otros es un tostón de los
históricos. Rayuela, el único libro con instrucciones de uso, la
obra maestra de Cortázar que tantas horas de discusión me ha
proporcionado, aun a día de hoy sigue teniendo un lugar especial en
mi lista de preferidos. A veces los libros marcan porque uno los lee
en un momento determinado, en una época concreta, y eso hace que, al
recordar determinados capítulos, uno piense en unos años que, más
bonitos o no, pertenecen al pasado.
Julio Cortázar, escritor argentino
(aunque nacido en Bélgica) publicó Rayuela en el año 1963, y forma
parte del fenómeno literario „boom latinoamericano“. Cortázar
fue profesor de literatura y también traductor y, aunque argentino,
vivió muchos años en París, escenario de su obra más conocida.
Rayuela, nombre tomado del juego infantil, es caracterizada como
surrealista: por su argumento, por su estilo y por su lenguaje. Cortázar experimenta con las palabras hasta niveles
exagerados inventando vocablos, transcribiendo las conversaciones con
acento argentino, copiando el texto de canciones, intercalando
noticias, sueños y fragmentos de otras novelas en sus capítulos.
Así, aspiraba a renovar el género. Además de novelas, Cortázar
escribió cuentos y poemas, y un libro sobre sí mismo y su obra: La
vuelta al día en ochenta mundos, gracias al cual entendí mejor qué
quiso contarnos Cortázar con este libro.
Rayuela se divide en 155 capítulos y,
según el autor, se puede leer de dos maneras: comenzando por el
capítulo 1 y terminando en el 56, de forma lineal, o siguiendo la
guía que Cortázar nos propone: saltando de un capítulo a otro, en
un orden sin lógica, según nos va diciendo el autor. Si se lee el libro de la primera forma,
estaríamos ante un libro más o menos normal donde se cuenta la
historia de Oliveira, un intelectual argentino que vive en París
rodeado de otros intelectuales con los que queda para hablar de jazz
y de literatura y de su relación con La Maga, esa mujer que le
enamora pero a la que no valora de forma justa. Si se lee el libro de
la segunda forma, si se acepta la propuesta de Cortázar y „se
juega“ con él, se cuenta casi la misma historia, con capítulos
intercalados donde sobre todo se experimenta con el lenguaje y se
habla de Morelli, el álter ego de Cortázar y autor admirado por el
grupo de intelectuales.
A Cortázar le preocupaba la relación
entre el lector y el autor, el acto de „comunicación“ que se
establece entre ambos a través del libro pero que no les permite
nada más que un mensaje, de forma que el lector pronto olvida que el
libro tiene un autor al que tampoco puede darle un feedback sobre la obra. Por eso,
si leemos el libro según el orden que Cortázar propone, al final de
cada capítulo tenemos que „preguntar“ a Julio cuál es el
capítulo siguiente, a lo que él, encantado, nos responde, de forma que la comunicación entre el lector y
el autor se prolonga hasta el final del libro. Y si lo leemos de esta
forma, leeremos textos de Morelli, autor del que los protagonistas de
la obra hablan, autor al que quieren conocer personalmente
precisamente para hablar con él y tener algo más de él que sus
libros, reflejándose en la obra el problema de comunicación que tanto
preocupaba a Cortázar.
Este libro, por tanto, tiene un
especial valor desde el punto de vista estilístico, pero también
argumental. Bohemios, el grupo de amigos que vive en París hablan y
filosofan sobre la vida, y a través del narrador omnisciente conocemos sobre
todo la forma de pensar de Oliveira. Su relación con la Maga es
bastante tormentosa: nosotros sabemos que Oliveira la ama, pero a él
se le olvida decírselo a ella. Así que todos, ellos y ellas,
pasamos las páginas maldiciendo a Oliveira y adorando a la Maga,
deseando viajar a su París a decirle que deje de hablar por hablar y
se decida a valorar a su querida Lucía.
En la obra hay varios capítulos memorables, de esos que hacen
olvidar esos otros donde, bien el tema del jazz, bien el acento de
los protagonistas, bien el no sé qué que Cortázar quiere escribir,
nos hace plantearnos saltarnos los capítulos sin terminar. Pero cuando hablo de capítulos memorables, hablo de capítulos
que permanecen en nosotros para siempre, y cuyos detalles podremos
olvidar, pero nunca la sensación de alegría o desazón tan profunda
que nos dejaron. Por mencionar uno sin riesgo de desvelar detalles
cruciales, en el libro hay un capítulo donde el autor cuenta cómo
los protagonistas hacen el amor. Usando palabras inventadas, que no
hemos oído nunca, tras varias líneas sabemos todos lo que el autor
nos quiere decir sin que nos haya dicho nada, conocemos el
significado de las palabras sin que existan, el autor se comunica con
nosotros en otro idioma logrando que entendamos el mensaje en un
código que no existe.
Leer Rayuela es de valientes, sobre
todo si se lee entero, siguiendo el orden que el autor nos sugiere.
Yo propongo intentarlo y, si no se consigue, antes de abandonarlo del
todo intentar acabarlo por lo menos leyendo del capítulo 1 al 56. Si
no lo conseguís, no es cosa vuestra, el libro es complejo y denso, y
requiere mucha concentración leerlo del todo.
Hay quien me dijo una vez que lo que
quería hacer Cortázar al escribir Rayuela era componer una obra de
jazz con palabras. Si conocéis otra interpretación, os propongo
compartirla.
Ratita de laboratorio
Estoy contigo, viva Rayuela! Ahora está de moda denostarla (a Rayuela y a las demás novelas de Cortázar, no así a sus cuentos); está de moda, entre los sesentones que se entusiasmaron leyéndola a los veinte años, decir que ha envejecido mal, que está llena de esnobismos, que si le quitas la hojarasca franchute-sesentera se queda en nada. ¡Pero es que ésa es precisamente la gracia de la novela! ¡Eso es lo que les hizo disfrutar tanto al leerla a los veinte años! Todos esos señorones, que en la adolescencia estaban fascinados por la literatura y la filosofía francesa de la época, leían Rayuela y asociaban éste o aquel pasaje a ésta o aquella idea de Derrida o de Barthes, y eso les hacía gozar como niños. Después comentaban con los amigos, apasionados de los franceses igual que ellos, los hallazgos que habían encontrado en la novela, y, al compartirlos, los disfrutaban aún más. Ahora, ya sesentones (o cuarentones, o, ay, incluso treintañeros), dicen estar de vuelta de todo eso, de la palabrería estructuralista, de los experimentos literarios; ahora saben lo que es la verdadera literatura y no dejan que se las den con queso. ¡Ja ja ja! Pregunto: ¿no serán ellos, y no las novelas de Cortázar, los que han envejecido mal? A muchos adultos les parecen aburridos los juegos de los niños, pero eso no dice nada acerca de los juegos, sino acerca de ellos mismos: si a los niños les divierten, no puede decirse que los juegos sean aburridos. Son ellos, los adultos, quienes ya no saben disfrutarlos. Y, en fin, ¿no dijo Cortázar que la literatura era su terreno de juego? Pues eso.
ResponderEliminarP.D. La escena que yo más recuerdo de Rayuela (casi la única que de veras recuerdo, la leí hace mucho) es aquella en la que Oliveira y Rocamadour descubren algo (no quiero desvelar nada) acerca de un bebé…
P.D.2 ¡Ánimo con el blog!
Hola Daniel!
EliminarSí, a mí Rayuela me pareció una pasada, pero no es un sentimiento muy general. Es posible que ahora esté de moda despreciarla, pero lo que a mí me hizo sentir en su momento hace que para mí (y para siempre) esté como libro en un lugar especial.
Quizá si volviéramos a leerla ya no nos sugeriría tantas emociones como entonces... pero, como bien dices, eso diría algo sobre nosotros, y no sobre el libro en sí.
Muchas gracias por leernos, y por tu comentario! esperamos verte más veces por aquí.
Un abrazo,
Ratita de laboratorio