Me casé
con un comunista es un título de best-seller: el de la novela que la ficticia
actriz de éxito Eva Frame escribió sobre su marido, el actor de radio Iron
Rinn, y que le llevó a convertirse en un apestado para Hollywood y para el
resto del país por sus ideas, salidas a la luz en plena “caza de brujas”, en el
punto álgido de la guerra fría y con el maccarthismo persiguiendo a todo aquel
que manifestase, de forma más o menos abierta, sus simpatías con la izquierda y
el bloque soviético.
Philip
Roth nos cuenta en este libro la historia de ambiciones, pasión y venganza de
ese matrimonio, con un afán de verosimilitud que hace que esta, como otras de
sus obras, se convierta en un espejo de la historia reciente de Estados
Unidos. Es un análisis de la evolución ideológica del país en los
primeros años tras la II Guerra Mundial y de la psicosis colectiva que se vivió
ante el enemigo comunista. Pero también es un retrato de una familia media
estadounidense, de la etapa dorada de Hollywood, de la vida en los suburbios,
de la guerra y de sus consecuencias…
Aunque el libro le tome prestado el título de la novela, la narradora no es la mujer de Iron Rinn, sino dos personas que de verdad llegaron a conocerle: su hermano Murray y su pupilo Nathan Zuckermann, el alter ego de Roth. Ambos se encuentran una noche y comienzan a hablar de Ira. Y según pasan las horas, y los días de ese extenso diálogo, Me casé con un comunista se transforma: ya no es sólo una historia utilizada para retratar a la sociedad de los Estados Unidos de los 50, sino el retrato de un hombre, Ira Gold, protagonista absoluto de la novela y que sufre innumerables transformaciones a ojos del lector según se van desvelando los recovecos de su vida.
Nathan
Zuckermann
rememora con Murray el momento en que conoció a Ira. Entonces era un
adolescente y quedó fascinado por un hombre que era, ante todo, sus
ideas, y que
le hizo ver el mundo de otra forma. Es el Ira del comienzo de la novela,
un
personaje que al principio nos parece plano, previsible, arquetípico.
Pero
pasan las páginas, continúa el relato del propio Zuckermann e Ira se nos
va
revelando con todas sus aristas y con sus enormes contradicciones: es
comunista, pero elige rodearse de lo más selecto de Hollywood; es
bondadoso,
pero esconde un turbio pasado; parece el colmo de la coherencia, pero no
duda en mentir en
un momento clave. Mención aparte merece su relación con su
mujer, contada por el hermano de Ira con una enorme meticulosidad. En el
relato de su historia de amor es cuando más se revela la capacidad del
autor para diseccionar la complejidad de sus protagonistas. Es una
historia de amor increíble, pero Roth nos desmenuza, gracias al análisis
de cada reacción de los personajes, las razones que tenían los dos para
amarse, y las razones que les llevan finalmente a aborrecerse.
Ese
realismo y hondura en el libro, en este y otros capítulos, lo
consigue Roth en buena parte al poner el relato en manos de dos
personajes que conocieron profundamente a Ira y que tuvieron en él a una
de las mayores influencias de su vida. Han tenido tiempo de reflexionar
largamente sobre él, de extraer sus propias conclusiones sobre las
razones de su comportamiento, y se nos presentan como naturales hasta
construir un relato completísimo de un hombre con una vida retorcida y fascinante. Y,
mientras vamos conociendo los entresijos de la forma de ser de Ira,
vamos reconociéndonos en la construcción meticulosa de un personaje que
se parece tan peligrosamente a un hombre de carne y hueso; en la
construcción de una vida de verdad, plagada de secretos y de bajezas, de
desilusiones pese a los intentos de trascender. Me casé con un
comunista comienza como un pedazo de historia de EEUU novelado, pero
termina siendo una honda reflexión sobre el hombre y los
sentimientos -el odio, el amor, la envidia, la venganza, la ambición-
que, pese a los proyectos y los ideales, determinan al final su vida.
Ratita presumida
Ratita presumida
Dicen que el libro también es un ajuste de cuentas con la ex esposa de Roth, Claire Bloom.
ResponderEliminar¡No tenía ni idea! Pero la verdad, tendría bastante sentido... ¡Gracias por comentar!
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