El Gatopardo cuenta un momento clave en la historia de la Italia del siglo XIX a través del declive de la aristocracia personificada en la Casa de los Salina y en su príncipe, Fabrizio. Es un momento de transformación, de tensión; el propio príncipe, brutal y arisco pero también inteligente, culto y sensible, lo percibe, y nota cómo se tambalea quizás para siempre su forma de vida; cómo sus herederos no sabrán ya qué sintieron y qué papel en el mundo creían tener sus antepasados En medio de una Sicilia árida, de un clima y un temperamento inclemente, el libro arranca con la inminente llegada de Garibaldi y el contraste que ese seísmo tiene frente a los pilares de la enorme casa de los Salina y de las inalteradas costumbres de sus habitantes. El príncipe Salina, protagonista absoluto, se nos presenta como un hombre de extraordinaria fortaleza física, fuerte carácter y una hondura mayor de los que alrededor imaginan. Percibe y le duele cada pequeña pérdida. Y entre sus reflexiones, Lampedusa presenta a su entorno: su frágil esposa, su consejero, sus obedientes hijos y su deslumbrante sobrino, que ve venir los cambios y, sin patrimonio alguno, pretende subirse a ellos animado por su ambición y por una mirada capaz de adelantarse al futuro.
Lampedusa, como otros autores, retrata ese momento crítico en que un país se desliza de una era a otra: en El Gatopardo se cuenta la caída del Antiguo Régimen a través de la mirada inteligente del príncipe y del resto de personajes. Se habla también de la pobreza y la ignorancia en torno a la opulencia de los Salina; del ascenso de la burguesía y de la avaricia de quienes destronarán al príncipe; del vendaval, en definitiva, de la historia aunque apenas se note en pequeños detalles acumulados cuando se está viviendo un momento así.
Pero el libro va más allá y quizás sus mejores páginas sean las que hablan del paso del tiempo y la levedad de las cosas por mucho que porten escudos, que sean costumbres de siglos o simbolicen el poder de un pueblo entero. El príncipe ve su propia decadencia, es consciente de su propio ocaso, de la vida que se le escapa, de la ilusión que se va para siempre. Lo es cuando llega el final y lo es mucho antes en uno de los mejores momentos del libro, esa fiesta grandiosa que quizás sea la última en mucho tiempo en que Fabrizio, estremecido, se hace consciente de su propia muerte y de la de todos los que bailan.
Es un libro imprescindible: por conocer al protagonista; por vivir con él esos momentos que nos ponen frente al espejo a nosotros mismos, por sentir con él la fuerza y el peso del tiempo. Hay que leerlo para empatizar con ese último gran príncipe que deja a su mujer enferma para tocar a una joven y al mismo tiempo se olvida del mundo mirando las estrellas. Ese príncipe tan consciente de lo eterno mientras todo a su alrededor desaparece.
Ratita presumida
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