La Casa de las bellas durmientes tiene como protagonista a un anciano aún no consciente de serlo que acude a un extraño prostíbulo: allí se paga por dormir junto a vírgenes drogadas. Desde su extrañada primera visita, el señor Eguchi vuelve varias veces atraído por esos recuerdos que despierta en él la compañía silenciosa de mujeres jóvenes y bellas ajenas a su presencia: a su lado, mientras observa a sus drogadas compañeras, el señor Eguchi reexamina su relación con mujeres de su pasado, desde sus primeras experiencias amorosas a sus últimas amantes.
Extrañado y fascinado a la vez, Eguchi no puede evitar volver al prostíbulo, un lugar oscuro, prohibido y que él supone cargado de secretos. ¿De dónde salen las mujeres? ¿Recuerdan algo al despertar? Los escrúpulos de los primeros minutos ceden después al placer y a la vida que Eguchi siente emanar de esos cuerpos cercanos y que a él se le va escapando. A través del flujo de pensamientos del anciano, Kawabata lanza reflexiones sobre la belleza, la muerte, los instantes que se nos quedan clavados tras toda una vida y el deseo que se resiste a desaparecer. ¿Es feliz Eguchi al lado de esas mujeres jóvenes? A su lado al menos siente: sigue sintiendo dolor y remordimientos al evocar ciertos recuerdos y sigue sintiendo una irresistible atracción por la belleza y la juventud.
En la contraportada Austral califica esta pequeña joya de perturbadora y quizás sea la palabra que mejor la defina. En cualquier caso, es un libro imprescindible, como decía mi profesor.
Ratita presumida
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