miércoles, 12 de agosto de 2020

La casa de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata

Hace muchos años un excelente profesor de mi facultad nos dio una lista de libros que había que leer. La perdí, se la volví a pedir años después y desde entonces la guardo con cuidado, acudiendo de vez en cuando a ella segura de que ahí encontraré libros que me van a remover. De ahí sale esta Casa de las bellas durmientes, el único que él recomendaba de Yasunari Kawabata: un libro breve, con un punto de partida inquietante que podría repeler a algunos. A mí me ha parecido extraño y maravilloso, con esa mezcla de temas y ese toque diferente que traen muchas obras que llegan de Japón. Difícilmente se puede recrear mejor la decadencia, el deseo desde la vejez y ese punto en que se tocan el sexo y la muerte.


La Casa de las bellas durmientes tiene como protagonista a un anciano aún no consciente de serlo que acude a un extraño prostíbulo: allí se paga por dormir junto a vírgenes drogadas. Desde su extrañada primera visita, el señor Eguchi vuelve varias veces atraído por esos recuerdos que despierta en él la compañía silenciosa de mujeres jóvenes y bellas ajenas a su presencia: a su lado, mientras observa a sus drogadas compañeras, el señor Eguchi reexamina su relación con mujeres de su pasado, desde sus primeras experiencias amorosas a sus últimas amantes. 


Extrañado y fascinado a la vez, Eguchi no puede evitar volver al prostíbulo, un lugar oscuro, prohibido y que él supone cargado de secretos. ¿De dónde salen las mujeres? ¿Recuerdan algo al despertar? Los escrúpulos de los primeros minutos ceden después al placer y a la vida que Eguchi siente emanar de esos cuerpos cercanos y que a él se le va escapando. A través del flujo de pensamientos del anciano, Kawabata lanza reflexiones sobre la belleza, la muerte, los instantes que se nos quedan clavados tras toda una vida y el deseo que se resiste a desaparecer. ¿Es feliz Eguchi al lado de esas mujeres jóvenes? A su lado al menos siente: sigue sintiendo dolor y remordimientos al evocar ciertos recuerdos y sigue sintiendo una irresistible atracción por la belleza y la juventud. 


En la contraportada Austral califica esta pequeña joya de perturbadora y quizás sea la palabra que mejor la defina. En cualquier caso, es un libro imprescindible, como decía mi profesor. 


Ratita presumida

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