Debo confesar que Dickens es uno de mis grandes autores pendientes en general: no he leído apenas nada suyo, así que el descubrimiento ha sido doble. Por un lado, el libro en sí, por mucho que nos suene el argumento; por otro, la forma y el tono del autor, que me ha sorprendido muchísimo para bien. Esperaba ambientes sórdidos y descripciones deprimentes, pero no ha sido siempre así: el autor es un narrador lleno de humor e ironía, una herramienta que utiliza para poner aún más en evidencia a los peores personajes de esta historia.
Oliver Twist, como muchas de las grandes novelas de la época, fue concebida como una novela por entregas, lo que determina su estructura: capítulos breves con finales abiertos e intrigantes para que el lector comprara el siguiente ejemplar. El autor juega con ello adelantando que habrá personajes que volverán a salir por su importancia o advirtiendo de que lo que parece una anécdota no lo es tanto para estimular la imaginación del lector y sus ganas de seguir leyendo. El argumento es de sobra conocido, gracias a las múltiples adaptaciones y al hecho de que se ha convertido en un personaje universal: Oliver es un niño huérfano que acaba en el Londres de la Revolución Industrial, lo que permite al autor trazar un implacable retrato de la sociedad de la época y de la miseria oculta tras el éxodo de los campesinos hacia la ciudad.
Las mayores, y mejores, sorpresas que me ha dado la lectura de Oliver Twist han sido el estilo del autor y el mensaje de la obra. No había leído apenas a Dickens y su forma de narrar es ágil, vibrante y divertida, a pesar del tema. Es cruel en las descripciones de sus personajes mas rastreros y se recrea en los comentarios irónicos llenos de humor para retratar a los "caballeros" del hampa que recorren sus páginas. Al mismo tiempo, es extraordinariamente compasivo con su pequeño personaje y sus desventuras. Al lector le trata como un cómplice, al que acompaña y lleva por el camino que quiere, recorriendo tortuosamente la historia, saltando de uno a otro personaje y de uno a otro escenario con la promesa de un final feliz para el bien. Ese es, en definitiva, el mensaje de su obra, que tanto recuerda en su estructura a las novelas picarescas que inauguró el Lazarillo: a pesar de los golpes que continuamente le propina la vida, a la falta de amor desde el mismo instante de su nacimiento, de las decepciones y los contratiempos, Oliver continúa conservando un corazón bueno. Y aunque no le faltan ocasiones para renunciar al bien y responder al mal con mal, no lo hace. El mismo mensaje se oculta en el personaje de la prostituta Nancy, que a pesar de haber caído en lo más hondo por la miseria y las malas compañías, es capaz de actuar bien en un momento clave.
El gran valor de la obra, además, se esconde en su amplia galería de personajes y en su retrato del Londres preindustrial, descrito sin piedad, con toda su crudeza tanto en quienes lo habitan como en la sordidez de cada ambiente. Así logra que destaque más el alma de Oliver, inocente aún como el niño que todavía es, entre quienes se afanan por corromperlo o quienes lo maltratan por pura maldad.
Ratita presumida
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